domingo, 10 de fevereiro de 2019

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Dois dias depois de eu ter encerrado as atividades por aqui, recebo na caixa de e-mail um comunicado oficial sobre o fim do fracassado Google+. Fiquei pensando, Será que um dia o Blogspot terá o mesmo destino do Multiply, do Orkut, do MSN Messenger, dos fóruns do IMDb...?

domingo, 3 de fevereiro de 2019

Uma forma de terminar

Este blog não será mais atualizado. Consegui falar tudo que tive vontade nesta minha lira maldizente. E deixo registrada a seguinte adaptação de uma famosa frase cinematográfica:

Stop trying to make blogging happen [again]. It's not going to happen [again].

Organizei uma despedida, uma forma de terminar, e o resultado ficou assim:

Ouroboros

No primeiro post deste escrevinhador que agora se aposenta, mencionei brevemente o desenho japa-futurista Zillion. A estrutura e a simbologia do ciclo exercem uma influência muito grande sobre mim. É natural que apareça aqui, no último post, o tema de encerramento desse anime:



[Bonus track: http://iptv.usp.br/portal/video.action?idItem=10480 - E aí alguém pensa, Mas por que diabos um troço tão aleatório quanto um minidocumentário sobre ladrilhos? Porque sim, caramba.]

Bom, era isso. Aos leitores: obrigado. Adeus. O resto é silêncio.


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domingo, 27 de janeiro de 2019

Consciência


Trechos de La Mente Consciente (1996), de David J. Chalmers.



La conciencia es un gran misterio. Es, tal vez, el mayor obstáculo pendiente en nuestra búsqueda de una comprensión científica del universo. La ciencia física aún es incompleta, pero tenemos de ella una buena comprensión; la ciencia de la biología se deshizo de muchos antiguos misterios acerca de la naturaleza de la vida.

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La conciencia, sin embargo, sigue siendo tan desconcertante como siempre. Todavía nos resulta algo totalmente misterioso que la causalidad de la conducta esté acompañada de una vida interior subjetiva.

Tenemos buenas razones para pensar que la conciencia surge en sistemas físicos como el cerebro, pero tenemos poca idea de cómo es que surge o por qué existe. ¿Cómo podría un sistema físico como el cerebro ser también un experimentador? ¿Por qué debiera haber algo que es como un sistema de esta clase? Las teorías científicas actuales casi no abordan las preguntas realmente difíciles sobre la conciencia. No sólo carecemos de una teoría detallada; estamos totalmente a oscuras acerca de cómo encaja la conciencia en el orden natural.

En los últimos años aparecieron muchos libros y artículos sobre la conciencia, por lo que podría pensarse que estamos haciendo algún progreso. Sin embargo, en um examen más atento, puede verse que la mayor parte de estos trabajos dejan sin tratar los problemas más difíciles acerca de la conciencia. Frecuentemente, esos trabajos encaran lo que podría llamarse los problemas «fáciles» de la conciencia: ¿cómo procesa el cerebro los estímulos ambientales?, ¿cómo integra la información?, ¿cómo producimos informes sobre nuestros estados internos? Estas son preguntas importantes, pero su respuesta no significa resolver el problema difícil: ¿Por qué todo este procesamiento está acompañado por una vida interna que experimentamos? A veces se ignora por completo esta pregunta; a veces se la posterga para algún momento futuro y a veces simplemente se la declara resuelta. Pero, en cada caso, nos queda la sensación de que el problema central sigue siendo tan enigmático como siempre.

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Debido a que la conciencia es, al mismo tiempo, tan fundamental y tan incomprendida, una solución al problema podría afectar profundamente nuestra concepción del universo y de nosotros mismos.

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Algunos dicen que la conciencia es una «ilusión», pero yo no tengo idea de lo que esto significa. Me parece que estamos más seguros de la existencia de la experiencia consciente de lo que estamos de cualquier otra cosa en el mundo. En ocasiones intenté intensamente convencerme a mí mismo de que en realidad no hay nada allí, que la experiencia consciente es vacua, una ilusión. Hay algo de atractivo en esta noción que tantos filósofos, en todas las épocas explotaron, pero al final resulta totalmente insatisfactoria. Cuando me encuentro absorto en una sensación del color naranja, algo ocurre. Hay algo que requiere explicación, aún luego de haber aclarado los procesos de discriminación y acción: se trata de la experiencia.

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El problema de la conciencia está instalado de un modo inestable en la frontera entre la ciencia y la filosofía. Yo diría que es propiamente un tema científico: es un fenómeno natural como el movimiento, la vida y la cognición, y reclama una explicación lo mismo que ellos. Pero no está abierto a la investigación mediante los métodos científicos usuales. La metodología científica ordinaria tiene dificultades para captarlo, y una causa importante de esto son las dificultades para observar el fenómeno. Fuera del caso de primera persona, es difícil encontrar datos.

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Dos conceptos de la mente

¿Qué es la conciencia?

La experiencia consciente es, al mismo tiempo, lo más familiar del mundo y lo más misterioso. De ninguna otra cosa tenemos un conocimiento más directo que de la conciencia, pero no es claro en absoluto cómo reconciliarla con todo el resto de lo que sabemos. ¿Por qué existe? ¿Qué hace? ¿Cómo puede surgir a partir de la grumosa materia gris? Conocemos a la conciencia de una forma mucho más íntima de lo que conocemos al resto del mundo, pero comprendemos a este último mucho mejor de lo que comprendemos a la conciencia.

La conciencia puede ser sorprendentemente intensa. Es el más vivido de los fenómenos; nada es más real para nosotros. Pero puede ser frustrantemente diáfana: al hablar acerca de la experiencia consciente es muy difícil definir el tema. El The International Dictionary of Psychology ni siquiera intenta caracterizarla directamente:

Conciencia: Tener percepciones, pensamientos y sentimientos; percatación. El término es imposible de definir excepto en términos que son ininteligibles sin una captación de lo que la conciencia significa. Muchos caen en la trampa de confundir la conciencia con la autoconciencia; para ser consciente sólo es necesario percatarse del mundo externo. La conciencia es un fenómeno fascinante pero huidizo: es imposible especificar qué es, qué hace o por qué evolucionó. Aún no se ha escrito nada que valga la pena leerse. (Sutherland, 1989).

Casi cualquiera que haya pensado intensamente sobre la conciencia sentirá una cierta simpatía hacia estos sentimientos. La conciencia es tan intangible que aún este intento limitado por definirla podría ser cuestionable: es posible argumentar que existen percepciones y pensamientos que no son conscientes, como lo atestiguan las nociones de percepción subliminal y de pensamiento inconsciente. Lo que es central para la conciencia, al menos en el sentido más interesante, es la experiencia. Pero esto no es una definición. A lo sumo es una aclaración.

Intentar definir la experiencia consciente en términos de nociones más primitivas es improductivo. Sería como tratar de definir la materia o el espacio en términos de algo más fundamental. Lo mejor que podemos hacer es dar ejemplos y caracterizaciones que se encuentren en el mismo nivel. Estas caracterizaciones no constituyen verdaderas definiciones debido a su naturaleza implícitamente circular, pero pueden ayudar a fijar aquello acerca de lo que se habla.

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El tema quizá pueda caracterizarse mejor como «la cualidad subjetiva de la experiencia». Cuando percibimos, pensamos y actuamos, existe un ruido de fondo de causalidad y procesamiento de información, pero este procesamiento por lo general no ocurre en la oscuridad. Existe también un aspecto interno; hay algo que se siente como ser un agente cognitivo. Este aspecto interno es la experiencia consciente. Las experiencias conscientes van desde las vividas sensaciones de colores hasta las experiencias de los más tenues aromas en el ambiente; desde agudos dolores a la huidiza experiencia de pensamientos en la punta de la lengua; desde sonidos y olores mundanos hasta la grandeza envolvente de la experiencia musical; desde la trivialidad de una fastidiosa comezón al peso de una profunda angustia existencial; desde la especificidad del sabor de la menta a la generalidad de la propia experiencia de uno mismo. Cada una de estas experiencias tiene una calidad experimentada distintiva. Todas son partes prominentes de la vida interior de la mente.

Podemos decir que un ser es consciente si existe algo que es ser como ese ser, para usar una frase que hizo famosa Thomas Nagel. De forma similar, un estado mental es consciente si existe algo que es como estar en ese estado mental. Para plantearlo de otra manera, podemos decir que un estado mental es consciente si está ligado a una sensación cualitativa, una cualidad asociada de experiencia. Estas sensaciones cualitativas se conocen también como cualidades fenoménicas o qualia para abreviar. El problema de explicar estas cualidades fenoménicas es justamente el problema de explicar la conciencia. Esta es la parte realmente difícil del problema mente-cuerpo.

¿Por qué debería existir la experiencia consciente? Es fundamental para un punto de vista subjetivo, pero desde un punto de vista objetivo es totalmente inesperada. Si adoptamos el punto de vista objetivo, podemos contar una historia acerca de cómo los campos, ondas y partículas en el continuo espaciotemporal interactúan de formas sutiles y llevan al desarrollo de sistemas complejos como el cerebro. En principio, no existe ningún profundo misterio filosófico en el hecho de que estos sistemas puedan procesar información de modos intrincados, reaccionar a estímulos con una conducta sofisticada e incluso exhibir capacidades complejas como el aprendizaje, la memoria y el lenguaje. Todo esto es impresionante, pero no es metafísicamente desconcertante. En contraste, la existencia de la experiencia consciente parece ser una nueva característica desde este punto de vista. No es algo que podríamos haber predicho a partir de las otras características solamente.

Esto es, la conciencia es sorprendente. Si todo lo que conocemos fuesen hechos de la física, o incluso hechos de la dinámica y el procesamiento de información en sistemas complejos, no habría ninguna razón apremiante para postular la existencia de la experiencia consciente. Si no fuese por nuestra evidencia directa como primera persona, la hipótesis podría parecer injustificada; casi mística, quizá. Sin embargo, sabemos de una forma directa que la experiencia consciente existe. La pregunta es, ¿cómo la reconciliamos con todo el resto de lo que sabemos?

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¿Por qué existe la experiencia consciente? Si surge en sistemas físicos, como parece probable, ¿cómo surge? Esto nos lleva a algunas preguntas más específicas. ¿La conciencia es ella misma física o es meramente un concomitante de sistemas físicos? ¿Cuán difundida está la conciencia? Los ratones, por ejemplo, ¿tienen experiencia consciente?

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Antes de continuar, debemos hacer una nota sobre la terminología. El término «conciencia» es ambiguo, ya que refiere a una variedad de fenómenos distintos. A veces se utiliza para hacer referencia a una capacidad cognitiva, tal como la capacidad de hacer introspección o de informar sobre los propios estados mentales. A veces se utiliza como sinónimo de «vigilia». Otras veces está estrechamente ligado a nuestra capacidad de concentrar la atención o de controlar voluntariamente nuestra conducta. A veces «ser consciente de algo» se reduce a lo mismo que «saber acerca de algo». Por ahora, cuando hable de la conciencia, me referiré a la cualidad subjetiva de la experiencia: cómo es ser un agente cognitivo.

Un cierto número de términos y frases alternativas seleccionan aproximadamente la misma clase de fenómenos que la «conciencia» en su sentido central. Estos incluyen «experiencia», «qualia», «fenomenología», «fenoménico», «experiencia subjetiva» y «cómo es». Aparte de las diferencias gramaticales, las diferencias entre estos términos representan cuestiones muy sutiles de connotación.

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Imaginería mental. Moviéndonos cada vez más adentro, hacia experiencias que no están asociadas con objetos particulares en el ambiente o el cuerpo sino que, en algún sentido, se generan internamente, llegamos a las imágenes mentales. Existe una rica fenomenología asociada con las imágenes visuales evocadas por la imaginación, aunque estas no son tan detalladas como las que surgen de la percepción visual directa. También existen interesantes patrones de colores que se obtienen cuando entornamos los ojos, y las intensas imágenes posteriores que se producen luego de mirar algo brillante. Nuestra imaginación puede evocar también clases similares de «imágenes» auditivas, e incluso imágenes táctiles, olfativas y gustativas, aunque estas son más difíciles de fijar y la sensación cualitativa asociada es por lo general más débil.

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Cuando pienso en un león, por ejemplo, parece haber un hálito de cualidad leonina en mi fenomenología: pensar en un león es sutilmente diferente de pensar en la torre Eiffel. En términos más evidentes, las actitudes cognitivas como el deseo suelen tener una intensa sensación fenoménica. El deseo parece ejercer un «tirón» fenomenológico, y la memoria suele tener un componente cualitativo, como en la experiencia de nostalgia o pesar.

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A veces sentimos que hay algo en la experiencia consciente que trasciende a todos estos elementos específicos: una especie de ruido de fondo, por ejemplo, que es de algún modo fundamental para la conciencia y que está allí incluso cuando otros componentes no lo están. Esta fenomenología del sí mismo es tan profunda e intangible que a veces parece ilusoria, que consiste nada más que en elementos específicos como los nombrados antes. Sin embargo, parece haber algo en la fenomenología del sí mismo, aún cuando sea muy difícil de determinar.

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Los aspectos fenoménico y psicológico de la mente tienen una larga historia de fusión. Es probable que René Descartes haya sido parcialmente responsable de esto. Con su notoria doctrina de que la mente es transparente para sí misma, se acercó a identificar lo mental con lo fenoménico. Descartes sostenía que todo suceso en la mente es una cogitatio, o un contenido de la experiencia. A esta clase asimilaba las voliciones, las intenciones y cualquier otro tipo de pensamiento.


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domingo, 20 de janeiro de 2019

Tempo


Trechos de O Tempo Que O Tempo Tem (2008), de Alexandre Cherman e Fernando Vieira.



O Tempo existe?

Filosofa-se muito sobre o Tempo, assim grafado em maiúscula em reconhecimento à sua natureza única. Filosofa-se bastante a respeito do Tempo, sobretudo nos recônditos da filosofia, é claro. Mas filosofa-se muito acerca do Tempo também na física, na astronomia, na fisiologia e na psicologia.

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O Tempo existe. Esta é nossa hipótese de trabalho. Estamos tão certos disso que prometemos ao leitor um novo livro caso um dia se prove, pelo método científico e de maneira inequívoca, que ele não existe.

(É claro que, se isso acontecer, será no futuro. E isso por si só deveria ser prova suficiente de que o Tempo existe! Mas, insistimos, são argumentos leigos de astrônomos apaixonados pelo tema, mas distantes de qualquer treinamento filosófico.)

Por fim, vamos tirá-lo deste falso pedestal. Falaremos do tempo, agora com letra minúscula, substantivo comum, que o dicionário define como "a sucessão dos anos, dos dias, das horas etc., que envolve, para o homem, a noção de presente, passado e futuro". Ao longo deste livro, vamos medi-lo, qualificá-lo e quantificá-lo. E faremos isso de forma objetiva, pois partimos do pressuposto de que ele é real. O tempo existe. Esta é a nossa hipótese de trabalho.

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O tempo sempre existiu?

Na teoria do Big Bang como originalmente proposta [por George Gamow], o próprio espaço-tempo aparece com o surgimento do Universo.

Fred Hoyle, contemporâneo de Gamow, foi o grande detrator dessa ideia. Não só a achava deselegante, por trazer uma assimetria clara para a história do Universo (um ponto no tempo completamente diverso dos demais), como a considerava perigosa, por aproximar a recém-nascida cosmologia aos conceitos religiosos prescritos pela tradição judaico-cristã.

Hoyle trabalhava com o princípio cosmológico estendido. Este princípio nos diz que não há lugar preferencial no Universo. Todos os pontos são equivalentes entre si. De forma sucinta, nos diz que o Universo é homogêneo e isotrópico (igual em todos os pontos e direções). Hoyle acreditava que essa premissa deveria valer também para os pontos no tempo (os instantes), e não apenas para os pontos no espaço.

O princípio cosmológico estendido diz que o Universo também é homogêneo em termos temporais. Isso quer dizer que em qualquer momento em que observássemos o Universo, deveríamos ver basicamente as mesmas coisas. Muito diferente da visão de Gamow, que defendia que o Universo no passado era intrinsecamente distinto do que é hoje.

Para Hoyle, o Universo sempre existiu. Portanto, o tempo também. Para Gamow, tanto o tempo como o Universo tiveram um começo.

Hoje há um certo compromisso entre estas duas visões diferentes. É sabido que o Universo passou a se expandir há cerca de 14 bilhões de anos. Começou muito pequeno e completamente diverso do que é hoje. Mas já não podemos afirmar se o início da expansão é, de fato, o início do Universo.

Podemos admitir que nosso Universo vive uma fase de expansão, que teve um início evidente. Se esta fase é a única ou se é apenas uma de várias (ou infinitas), isso não sabemos dizer.

Importante é saber que o nosso tempo como o conhecemos começou ao mesmo tempo que a expansão do Universo. Se havia outro tempo antes disso, não podemos saber.

Ou, como Santo Agostinho colocava de maneira magistral: "O que havia antes da Criação? O Inferno, para lá jogar as pessoas que fazem esta pergunta."

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O tempo tem fim?

A pergunta seguinte é irmã gêmea da anterior. Se o tempo tem um início (pelo menos o nosso tempo como o conhecemos), teria também um fim?

Não necessariamente. É fácil pensar em algo que tem começo mas não tem fim. Os números naturais, por exemplo. Começam no zero e vão crescendo, de um em um, até o infinito. Apresentam um começo claro, o zero, mas não têm fim.

A pergunta, do ponto de vista prático, deveria ser: o Universo vai acabar um dia? Se o tempo como o conhecemos começou com o Universo, no início da expansão, então seria natural pensar que se, e quando, o Universo deixar de existir, este tempo sobre o qual tanto falamos deixará de existir também.

O que o futuro nos reserva, então?

Logo que a expansão do Universo se tornou o paradigma científico da cosmologia, uma das perguntas mais pertinentes era: vai se expandir para sempre? A única força que então se conhecia capaz de agir em grandes distâncias era a força da gravidade (as forças eletromagnéticas, por seu caráter bipolar, tendem a se anular no Universo como um todo). E, sendo a gravidade sempre atrativa, ela funcionaria como um freio constante para a expansão do Universo.

O Universo deveria, em algum momento, parar de se expandir. E, claro, com a força da gravidade sempre atuante, querendo o tempo todo aproximar os corpos, o Universo passaria a sofrer um colapso. O fim do Universo aconteceria com uma grande implosão, um desabamento sobre si próprio. O Big Crunch. Com o fim do Universo, acabaria também o tempo como o conhecemos.

(Se o Big Crunch pode dar origem a um novo Big Bang é uma pergunta válida e legítima, que nos leva a um modelo de Universo conhecido como Universo Cíclico ou Eterno. De nosso maior interesse seria a seguinte pergunta: o que aconteceria com o tempo? Ele seguiria correndo sem problemas ou a cada novo ciclo ele começaria de novo? Novamente, esta questão reside mais na área filosófica do que no campo da astronomia.)

Mas e se vivêssemos em um Universo essencialmente vazio? Um Universo com pouca matéria teria uma gravidade geral muito fraca. Tal força não seria suficiente para deter a expansão e o Universo continuaria a crescer e a se tornar cada vez maior.

Neste cenário, o Universo vive para sempre e o tempo não teria fim. Os componentes do Universo, porém, possuiriam um tempo de vida limitado e, depois de um longo período, todas as estrelas deixariam de brilhar. O Universo continuaria a se expandir, o tempo continuaria a passar, mas não haveria mais nada acontecendo no espaço. O Universo se tornaria um lugar frio e inerte. Este cenário desolador é chamado de Big Chill, o "grande frio".

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O Universo se expande cada vez mais rapidamente. Se considerarmos o espaço-tempo como um 'tecido', veremos que esta expansão acelerada rasgará tanto o espaço quanto o tempo. O tempo como o conhecemos terá um fim...

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Este diminuto intervalo de tempo [10-43 segundos], que sequer podemos imaginar, é conhecido como "tempo de Planck", uma justa homenagem a Max Planck, um dos fundadores da mecânica quântica. Um nome menos usado é "crônon", a partícula temporal.

O valor de um crônon em segundos é deduzido a partir de algumas constantes universais: a constante de gravitação de Newton, a velocidade da luz e a constante de Planck.

[...] Para efeitos práticos, o tempo é uma grandeza discreta, pois não faz sentido físico pensar num intervalo de tempo menor que um crônon.

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Relativo ou absoluto?

Muitas vezes se compara o passar do tempo com o fluir de um rio. Fazia-se isso na época de Newton, defendendo-se o tempo absoluto. Independentemente do que se faz no rio, sua correnteza continua constante, da nascente à foz, do passado para o futuro.

Mas não é difícil pensarmos em obstáculos, naturais ou não, que alterem o fluxo do rio. Corredeiras, cachoeiras, barragens e bifurcações alteram não só a velocidade com que a água flui, mas por vezes até sua direção. Se compararmos o rio ao tempo, será que podemos ter o tempo fluindo com taxas variáveis?

Por incrível que pareça, sim!

A teoria da relatividade (especial, de 1905, e geral, de 1915) mostrou, sem sombra de dúvidas, que o tempo é relativo. O próprio Einstein costumava brincar ao explicar sua teoria: "Um minuto ao lado de uma bela mulher passa muito mais rápido."

(Apesar do nome, "teoria da relatividade", e da conclusão que o tempo - e também o espaço - é relativo, Einstein jamais disse que "tudo é relativo". Justamente o contrário. Tal teoria se baseia num conceito absoluto: a velocidade da luz. Como a velocidade da luz é absoluta, imutável e igual para todos os observadores, todo o resto - espaço e tempo - é relativo.)

Velocidades altas e campos gravitacionais fortes funcionam como barreiras num rio, retardando a passagem do tempo. Há soluções teóricas que mostram que se pode até chegar ao passado indo sempre em direção ao futuro (em nosso exemplo geográfico, seria como se parte do rio se bifurcasse e, por questões orogênicas, voltasse ao rio original em um ponto anterior à bifurcação. Para um navegante distraído, ele estaria indo sempre em direção à foz, mas acabaria chegando mais próximo à nascente!). Tais soluções teóricas são chamadas de CTC, sigla em inglês que significa "curva de tempo fechada".

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O tempo é a quarta dimensão?

[...] chegamos aos sólidos. Objetos que têm comprimento, largura e altura. Três números são necessários para medi-los; logo, são objetos tridimensionais.

Mas o leitor há de concordar que ponto, linha, plano ou objeto, todos possuem uma duração. Por isso podemos dizer que o tempo também é uma dimensão. Uma caixa de sapatos, por exemplo, tem largura, comprimento, altura e uma duração (por melhor que seja a caixa, ela não vai durar para sempre!).

Então, admitindo que o tempo é uma dimensão, o ponto geométrico como pensado por Euclides deixa de ser adimensional e passa a ter uma dimensão: a dimensão temporal. Tudo à nossa volta tem, portanto, quatro dimensões: três espaciais e uma temporal.

Em uma abordagem distinta, podemos definir "dimensão" como um grau de liberdade. Um ponto qualquer do espaço pode ser alcançado por meio de uma sequência finita de movimentos retilíneos, alternando-se as seguintes escolhas: direita-esquerda; em cima-embaixo; frente-atrás. Três graus de liberdade, três dimensões. Ah, claro, não podemos esquecer a dimensão temporal: passado-futuro.

(Não, não estamos dizendo que alguém pode escolher ir em direção ao passado. Neste caminho, há uma barreira que parece intransponível. Mas a existência de um muro não quer dizer que não exista o outro lado.)

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Afinal, o que é o tempo?

O tempo é uma dimensão provavelmente discreta e com certeza relativa. Como o conhecemos, teve um início e terá um fim. O tempo existe, é real e independe da nossa existência.

O tempo é, sobretudo, mensurável.

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Movimentos da Terra

Afinal, o que é o tempo? Queremos, agora, ser pragmáticos. Não estamos mais preocupados com os conceitos filosóficos a respeito do nosso objeto de estudo. Sabemos que o tempo é mensurável e queremos medi-lo. Mas o que é o tempo?

Tempo é movimento. O vai-e-vem de um pêndulo, o escorrer de grãos de areia, o derreter de uma vela. Medir o tempo é criar padrões confiáveis a partir de movimentos, de preferência cíclicos. Melhor ainda se pudermos observar movimentos que não dependam de nós.

Esta é a deixa perfeita para a entrada da astronomia em nossa história. Onde mais encontraremos movimentos cíclicos, precisos, confiáveis e completamente alheios às nossas vontades?

O Sol, por exemplo, é um imenso ponteiro riscando a face de um relógio cósmico. Seu ciclo diário de nascer e ocaso é um instrumento fantástico para a medição do tempo. Mas este é um ciclo curto e sua contagem serve muito bem para a divisão do dia em pedaços (as horas).

Há um outro ciclo solar que só é percebido ao longo dos meses. Hoje, este outro ciclo talvez passe despercebido por muitos, pois não é óbvio como o ciclo diário. Mas ele é tão importante quanto. Além de um relógio, o Sol é um calendário muito eficiente. Basta saber consultá-lo.


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domingo, 13 de janeiro de 2019

Espaço


Trechos de Sete Breves Lições De Física (2014), de Carlo Rovelli.



A ARQUITETURA DO COSMO

Na primeira metade do século XX, Einstein descreveu a trama do espaço e do tempo com a teoria da relatividade, enquanto Bohr e seus jovens amigos capturaram em equações a estranha natureza quântica da matéria. Na segunda metade do século XX, os físicos trabalharam a partir desses fundamentos, aplicando as duas novas teorias aos mais variados domínios da natureza: do macrocosmo da estrutura do universo ao microcosmo das partículas elementares.

Representação do cosmo como foi concebido durante milênios: embaixo a Terra, em cima o Céu. A primeira grande revolução científica, realizada 26 séculos atrás por Anaximandro, que tentou compreender como é possível que o Sol, a Lua e as estrelas girem ao nosso redor, substitui essa imagem do cosmo por esta outra:

Agora o Céu está totalmente ao redor da Terra, não somente acima, e a Terra é um grande seixo que flutua suspenso no espaço, sem cair. Alguém (talvez Parmênides, talvez Pitágoras) não demora a perceber que a forma mais razoável para esta Terra que voa, para a qual todas as direções são iguais, é uma esfera, e Aristóteles descreve argumentos científicos convincentes para confirmar a esfericidade da Terra e dos céus em torno da Terra, nos quais correm os astros celestes.

[...] É o cosmo descrito por Aristóteles em seu livro Sobre o Céu, e a imagem do mundo que permanecerá característica das civilizações em torno do Mediterrâneo, até o fim da Idade Média. É essa imagem do mundo que Dante estuda na escola.

O salto seguinte é dado por Copérnico, inaugurando aquela que é chamada a grande revolução científica. O mundo de Copérnico não é muito diferente do de Aristóteles.

Mas há uma diferença fundamental: retomando uma ideia já considerada na Antiguidade [por Aristarco de Samos], e depois abandonada, Copérnico compreende e mostra que nossa Terra não está no centro da dança de planetas, e sim o Sol. Nosso planeta se torna um como os outros. Gira em grande velocidade sobre si mesmo e em torno do Sol.

O avanço do conhecimento não se detém. Nossos instrumentos logo se aperfeiçoam, e aprendemos que o sistema solar não é senão um entre muitíssimos, e que nosso Sol é simplesmente uma estrela como as outras. Um grãozinho infinitesimal em uma imensa nuvem de estrelas, formada por 100 bilhões de estrelas, a Via Láctea.

Mas, por volta dos anos 1930, as medições precisas feitas pelos astrônomos das distâncias de nebulosas espirais - nuvenzinhas esbranquiçadas entre as estrelas - mostram que também a Via Láctea, por sua vez, não é mais do que um grão de poeira em uma imensa nuvem de galáxias, centenas de bilhões de galáxias, que se estendem a perder de vista até onde os mais potentes dos nossos telescópios conseguem alcançar. Agora o mundo se tornou uma extensão uniforme e ilimitada. A figura que se segue não é um desenho: é uma fotografia tirada pelo telescópio Hubble, em órbita da Terra, que mostra a imagem do céu mais profundo que conseguimos ver com o mais potente dos nossos telescópios. A olho nu, seria um pedacinho extremamente pequeno de um céu onde nada parece existir. Ao telescópio, parece uma poeira de galáxias muito distantes. Cada pontinho e mancha nessa imagem é uma galáxia com cerca de 100 bilhões de sóis semelhantes ao nosso. Há poucos anos, vimos que a maior parte desses sóis têm planetas ao seu redor. Portanto, no universo existem milhares de bilhões de bilhões de planetas como a Terra.

Mas essa uniformidade ilimitada, por sua vez, é apenas aparente. Como ilustrei na primeira lição, o espaço não é plano, é curvo. A própria trama do universo, salpicada de galáxias, devemos imaginá-la movida por ondas semelhantes às ondas do mar, às vezes tão agitadas a ponto de criar os vazios que são os buracos negros. Voltemos então às imagens desenhadas, para representar este universo sulcado por grandes ondas.

E, por fim, hoje sabemos que este cosmo imenso, elástico e constelado de galáxias cresceu por 13,7 bilhões de anos, emergindo de um ponto muito quente e denso. Para representar essa visão, já não devemos desenhar o universo, e sim desenhar a história inteira do universo.

O universo nasce como uma bolinha e depois se expande até suas atuais dimensões cósmicas.

Há mais alguma coisa? Havia algo antes? Talvez sim. Existem outros universos semelhantes, ou diferentes? Não sabemos.

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Que lugar temos nós, seres humanos que percebem, decidem, riem e choram, neste grande afresco do mundo que a física contemporânea oferece? Se o mundo é um pulular de efêmeros quanta de espaço e de matéria, um imenso jogo de encaixe de espaço e partículas elementares, o que somos nós? Também somos feitos apenas de quanta e de partículas? Mas, então, de onde vem aquela sensação de existir singularmente e em primeira pessoa, que cada um de nós experimenta? Então o que são os nossos valores, os nossos sonhos, as nossas emoções, o nosso próprio saber? O que somos nós, neste mundo imenso e rutilante?

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"Nós", seres humanos, somos antes de mais nada o sujeito que observa este mundo, e autores, coletivamente, desta fotografia da realidade que tentei compor. Somos laços de uma rede de trocas, da qual este livro é uma pecinha, em que nos transmitimos imagens, instrumentos, informações e conhecimento. Mas, do mundo que vemos, somos também parte integrante, não somos observadores externos. Estamos situados nele. Nossa perspectiva dele se origina de dentro. Somos feitos dos mesmos átomos e dos mesmos sinais de luz trocados entre os pinheiros nas montanhas e as estrelas nas galáxias.

À medida que nosso conhecimento cresceu, fomos aprendendo cada vez mais esta noção de sermos parte, e pequena parte, do universo. Isso aconteceu já nos séculos passados, mas cada vez mais no último século. Pensávamos estar sobre o planeta no centro do cosmo, e não estamos. Pensávamos ser uma raça à parte, na família dos animais e das plantas, e descobrimos que somos descendentes dos mesmos genitores de que descende qualquer outro ser vivo ao nosso redor. Temos tataravós em comum com as borboletas e com os pinheiros. Somos como um filho único que cresce e aprende que o mundo não gira somente ao seu redor, como ele pensava quando era pequeno. Ele deve aceitar ser um entre os outros. Ao nos espelharmos nos outros e nas outras coisas, aprendemos quem somos.

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No mar imenso de galáxias e de estrelas, somos um infinitesimal cantinho perdido; entre os infinitos arabescos de formas que compõem o real, não somos mais do que um rabisco entre muitos outros.

As imagens que construímos do universo vivem dentro de nós, no espaço dos nossos pensamentos. Entre essas imagens - entre aquilo que conseguimos reconstruir e compreender com nossos meios limitados - e a realidade da qual somos parte existem filtros incontáveis: nossa ignorância, a limitação dos nossos sentidos e da nossa inteligência, as próprias condições que nossa natureza de sujeitos, e sujeitos particulares, submete à experiência. [...] Aquilo que aprendemos a conhecer, embora devagar e tateando, é o mundo real de que somos parte. As imagens que construímos do universo vivem dentro de nós, no espaço dos nossos pensamentos, mas descrevem mais ou menos bem o mundo real do qual somos parte.

Quando falamos do Big Bang ou da estrutura do espaço-tempo, o que estamos fazendo não é a continuação dos relatos livres e fantásticos que os homens contavam em torno da fogueira nas noites de centenas de milênios atrás. É a continuação de outra coisa: do olhar daqueles mesmos homens, às primeiras luzes da alvorada, buscando em meio à poeira da savana os rastros de um antílope - observar os detalhes da realidade para deduzir deles aquilo que não vemos diretamente, mas cujos indícios podemos seguir.

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A imagem científica do mundo, que descrevi nestas páginas, não está, portanto, em contradição com o nosso sentir a nós mesmos. Não está em contradição com o nosso pensar em termos morais, psicológicos, com nossas emoções e nosso sentimento. O mundo é complexo, nós o capturamos com linguagens diversas, apropriadas para os diversos processos que o compõem.

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Nossos valores morais, nossas emoções, nossos amores não são menos verdadeiros pelo fato de fazerem parte da natureza, de serem compartilhados com o mundo animal ou por haverem crescido e terem sido determinados ao longo dos milhões de anos da evolução de nossa espécie. Ao contrário, são mais verdadeiros por isto: são reais. São a complexa realidade de que somos feitos. Nossa realidade são o pranto e o riso, a gratidão e o altruísmo, a fidelidade e as traições, o passado que nos persegue e a serenidade. Nossa realidade é constituída pelas nossas sociedades, pela emoção da música, pelas ricas redes entrelaçadas do nosso saber comum, que construímos juntos. Tudo isso é parte daquela mesma natureza que descrevemos. Somos parte integrante da natureza, somos natureza, em uma de suas inumeráveis e variadíssimas expressões. É isso que nosso conhecimento crescente das coisas do mundo nos ensina.

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Quem sabe quantas e quais outras extraordinárias complexidades, em formas que talvez até nem possamos imaginar, existem nos ilimitados espaços do cosmo... Há tanto espaço lá em cima, que é pueril pensar que neste cantinho periférico de uma galáxia das mais banais exista algo especial. A vida na Terra é apenas uma amostra do que pode suceder no universo. Nossa alma não é senão outra amostra.

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Nascemos e morremos como nascem e morrem as estrelas, tanto individual quanto coletivamente. Essa é nossa realidade. Para nós, justamente por sua natureza efêmera, a vida é preciosa. Porque, como escreve Tito Lucrécio, "nosso apetite de vida é voraz, nossa sede de vida, insaciável" (De Rerum Natura, III, 1084).

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Somos feitos da mesma poeira de estrelas de que são feitas as coisas, e quer quando estamos imersos na dor, quer quando rimos e a alegria resplandece, não fazemos mais do que ser aquilo que não podemos deixar de ser: uma parte do nosso mundo.

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À beira daquilo que sabemos, em contato com o oceano do desconhecido, reluzem o mistério e a beleza do mundo.


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domingo, 6 de janeiro de 2019

Presta atenção à vertigem

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Caminhante sobre o mar de névoa, de Caspar David Friedrich (1818)

Em cataclismos como a Guerra de 14-18, as questões que capturam a atenção de milhões de pessoas são do tipo, Os ianques estão chegando?, Qual foi o último gracejo de Clemenceau?, Os ingleses tomaram mesmo Jerusalém?, É verdade que o kaiser abdicou?, Quem é o Grande Culpado? - indagações que, pelo menos durante um período fugaz, parecem tão essenciais quanto saber se você estará bem servido de oxigênio nos próximos 30 minutos. Assuntos que acabam distraindo a multidão daqueles incessantes ruídos de baixa frequência, Quem somos? De onde viemos? Para onde vamos? Qual o sentido da vida? Por que existe o Universo? - chegou a hora de falar de aspectos inescapáveis da condição de estar vivo, pois é estando vivo que nós às vezes temos a infelicidade de testemunhar "o homem ser lobo do homem". Os tópicos que abordarei serão: espaço, tempo e consciência. O impacto desses elementos na formação daquilo que chamamos de individualidade/personalidade é muito forte e merece algumas palavras. 1 post por semana.

Omar Khayyam, Rubaiyat - fragmento 60:

Que enigma os astros que andam pelo espaço.
Agarra-te à corda da sabedoria, Khayyam.
Presta atenção à vertigem
que faz cair perto de ti os teus companheiros.



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