domingo, 27 de janeiro de 2019

Consciência


Trechos de La Mente Consciente (1996), de David J. Chalmers.



La conciencia es un gran misterio. Es, tal vez, el mayor obstáculo pendiente en nuestra búsqueda de una comprensión científica del universo. La ciencia física aún es incompleta, pero tenemos de ella una buena comprensión; la ciencia de la biología se deshizo de muchos antiguos misterios acerca de la naturaleza de la vida.

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La conciencia, sin embargo, sigue siendo tan desconcertante como siempre. Todavía nos resulta algo totalmente misterioso que la causalidad de la conducta esté acompañada de una vida interior subjetiva.

Tenemos buenas razones para pensar que la conciencia surge en sistemas físicos como el cerebro, pero tenemos poca idea de cómo es que surge o por qué existe. ¿Cómo podría un sistema físico como el cerebro ser también un experimentador? ¿Por qué debiera haber algo que es como un sistema de esta clase? Las teorías científicas actuales casi no abordan las preguntas realmente difíciles sobre la conciencia. No sólo carecemos de una teoría detallada; estamos totalmente a oscuras acerca de cómo encaja la conciencia en el orden natural.

En los últimos años aparecieron muchos libros y artículos sobre la conciencia, por lo que podría pensarse que estamos haciendo algún progreso. Sin embargo, en um examen más atento, puede verse que la mayor parte de estos trabajos dejan sin tratar los problemas más difíciles acerca de la conciencia. Frecuentemente, esos trabajos encaran lo que podría llamarse los problemas «fáciles» de la conciencia: ¿cómo procesa el cerebro los estímulos ambientales?, ¿cómo integra la información?, ¿cómo producimos informes sobre nuestros estados internos? Estas son preguntas importantes, pero su respuesta no significa resolver el problema difícil: ¿Por qué todo este procesamiento está acompañado por una vida interna que experimentamos? A veces se ignora por completo esta pregunta; a veces se la posterga para algún momento futuro y a veces simplemente se la declara resuelta. Pero, en cada caso, nos queda la sensación de que el problema central sigue siendo tan enigmático como siempre.

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Debido a que la conciencia es, al mismo tiempo, tan fundamental y tan incomprendida, una solución al problema podría afectar profundamente nuestra concepción del universo y de nosotros mismos.

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Algunos dicen que la conciencia es una «ilusión», pero yo no tengo idea de lo que esto significa. Me parece que estamos más seguros de la existencia de la experiencia consciente de lo que estamos de cualquier otra cosa en el mundo. En ocasiones intenté intensamente convencerme a mí mismo de que en realidad no hay nada allí, que la experiencia consciente es vacua, una ilusión. Hay algo de atractivo en esta noción que tantos filósofos, en todas las épocas explotaron, pero al final resulta totalmente insatisfactoria. Cuando me encuentro absorto en una sensación del color naranja, algo ocurre. Hay algo que requiere explicación, aún luego de haber aclarado los procesos de discriminación y acción: se trata de la experiencia.

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El problema de la conciencia está instalado de un modo inestable en la frontera entre la ciencia y la filosofía. Yo diría que es propiamente un tema científico: es un fenómeno natural como el movimiento, la vida y la cognición, y reclama una explicación lo mismo que ellos. Pero no está abierto a la investigación mediante los métodos científicos usuales. La metodología científica ordinaria tiene dificultades para captarlo, y una causa importante de esto son las dificultades para observar el fenómeno. Fuera del caso de primera persona, es difícil encontrar datos.

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Dos conceptos de la mente

¿Qué es la conciencia?

La experiencia consciente es, al mismo tiempo, lo más familiar del mundo y lo más misterioso. De ninguna otra cosa tenemos un conocimiento más directo que de la conciencia, pero no es claro en absoluto cómo reconciliarla con todo el resto de lo que sabemos. ¿Por qué existe? ¿Qué hace? ¿Cómo puede surgir a partir de la grumosa materia gris? Conocemos a la conciencia de una forma mucho más íntima de lo que conocemos al resto del mundo, pero comprendemos a este último mucho mejor de lo que comprendemos a la conciencia.

La conciencia puede ser sorprendentemente intensa. Es el más vivido de los fenómenos; nada es más real para nosotros. Pero puede ser frustrantemente diáfana: al hablar acerca de la experiencia consciente es muy difícil definir el tema. El The International Dictionary of Psychology ni siquiera intenta caracterizarla directamente:

Conciencia: Tener percepciones, pensamientos y sentimientos; percatación. El término es imposible de definir excepto en términos que son ininteligibles sin una captación de lo que la conciencia significa. Muchos caen en la trampa de confundir la conciencia con la autoconciencia; para ser consciente sólo es necesario percatarse del mundo externo. La conciencia es un fenómeno fascinante pero huidizo: es imposible especificar qué es, qué hace o por qué evolucionó. Aún no se ha escrito nada que valga la pena leerse. (Sutherland, 1989).

Casi cualquiera que haya pensado intensamente sobre la conciencia sentirá una cierta simpatía hacia estos sentimientos. La conciencia es tan intangible que aún este intento limitado por definirla podría ser cuestionable: es posible argumentar que existen percepciones y pensamientos que no son conscientes, como lo atestiguan las nociones de percepción subliminal y de pensamiento inconsciente. Lo que es central para la conciencia, al menos en el sentido más interesante, es la experiencia. Pero esto no es una definición. A lo sumo es una aclaración.

Intentar definir la experiencia consciente en términos de nociones más primitivas es improductivo. Sería como tratar de definir la materia o el espacio en términos de algo más fundamental. Lo mejor que podemos hacer es dar ejemplos y caracterizaciones que se encuentren en el mismo nivel. Estas caracterizaciones no constituyen verdaderas definiciones debido a su naturaleza implícitamente circular, pero pueden ayudar a fijar aquello acerca de lo que se habla.

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El tema quizá pueda caracterizarse mejor como «la cualidad subjetiva de la experiencia». Cuando percibimos, pensamos y actuamos, existe un ruido de fondo de causalidad y procesamiento de información, pero este procesamiento por lo general no ocurre en la oscuridad. Existe también un aspecto interno; hay algo que se siente como ser un agente cognitivo. Este aspecto interno es la experiencia consciente. Las experiencias conscientes van desde las vividas sensaciones de colores hasta las experiencias de los más tenues aromas en el ambiente; desde agudos dolores a la huidiza experiencia de pensamientos en la punta de la lengua; desde sonidos y olores mundanos hasta la grandeza envolvente de la experiencia musical; desde la trivialidad de una fastidiosa comezón al peso de una profunda angustia existencial; desde la especificidad del sabor de la menta a la generalidad de la propia experiencia de uno mismo. Cada una de estas experiencias tiene una calidad experimentada distintiva. Todas son partes prominentes de la vida interior de la mente.

Podemos decir que un ser es consciente si existe algo que es ser como ese ser, para usar una frase que hizo famosa Thomas Nagel. De forma similar, un estado mental es consciente si existe algo que es como estar en ese estado mental. Para plantearlo de otra manera, podemos decir que un estado mental es consciente si está ligado a una sensación cualitativa, una cualidad asociada de experiencia. Estas sensaciones cualitativas se conocen también como cualidades fenoménicas o qualia para abreviar. El problema de explicar estas cualidades fenoménicas es justamente el problema de explicar la conciencia. Esta es la parte realmente difícil del problema mente-cuerpo.

¿Por qué debería existir la experiencia consciente? Es fundamental para un punto de vista subjetivo, pero desde un punto de vista objetivo es totalmente inesperada. Si adoptamos el punto de vista objetivo, podemos contar una historia acerca de cómo los campos, ondas y partículas en el continuo espaciotemporal interactúan de formas sutiles y llevan al desarrollo de sistemas complejos como el cerebro. En principio, no existe ningún profundo misterio filosófico en el hecho de que estos sistemas puedan procesar información de modos intrincados, reaccionar a estímulos con una conducta sofisticada e incluso exhibir capacidades complejas como el aprendizaje, la memoria y el lenguaje. Todo esto es impresionante, pero no es metafísicamente desconcertante. En contraste, la existencia de la experiencia consciente parece ser una nueva característica desde este punto de vista. No es algo que podríamos haber predicho a partir de las otras características solamente.

Esto es, la conciencia es sorprendente. Si todo lo que conocemos fuesen hechos de la física, o incluso hechos de la dinámica y el procesamiento de información en sistemas complejos, no habría ninguna razón apremiante para postular la existencia de la experiencia consciente. Si no fuese por nuestra evidencia directa como primera persona, la hipótesis podría parecer injustificada; casi mística, quizá. Sin embargo, sabemos de una forma directa que la experiencia consciente existe. La pregunta es, ¿cómo la reconciliamos con todo el resto de lo que sabemos?

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¿Por qué existe la experiencia consciente? Si surge en sistemas físicos, como parece probable, ¿cómo surge? Esto nos lleva a algunas preguntas más específicas. ¿La conciencia es ella misma física o es meramente un concomitante de sistemas físicos? ¿Cuán difundida está la conciencia? Los ratones, por ejemplo, ¿tienen experiencia consciente?

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Antes de continuar, debemos hacer una nota sobre la terminología. El término «conciencia» es ambiguo, ya que refiere a una variedad de fenómenos distintos. A veces se utiliza para hacer referencia a una capacidad cognitiva, tal como la capacidad de hacer introspección o de informar sobre los propios estados mentales. A veces se utiliza como sinónimo de «vigilia». Otras veces está estrechamente ligado a nuestra capacidad de concentrar la atención o de controlar voluntariamente nuestra conducta. A veces «ser consciente de algo» se reduce a lo mismo que «saber acerca de algo». Por ahora, cuando hable de la conciencia, me referiré a la cualidad subjetiva de la experiencia: cómo es ser un agente cognitivo.

Un cierto número de términos y frases alternativas seleccionan aproximadamente la misma clase de fenómenos que la «conciencia» en su sentido central. Estos incluyen «experiencia», «qualia», «fenomenología», «fenoménico», «experiencia subjetiva» y «cómo es». Aparte de las diferencias gramaticales, las diferencias entre estos términos representan cuestiones muy sutiles de connotación.

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Imaginería mental. Moviéndonos cada vez más adentro, hacia experiencias que no están asociadas con objetos particulares en el ambiente o el cuerpo sino que, en algún sentido, se generan internamente, llegamos a las imágenes mentales. Existe una rica fenomenología asociada con las imágenes visuales evocadas por la imaginación, aunque estas no son tan detalladas como las que surgen de la percepción visual directa. También existen interesantes patrones de colores que se obtienen cuando entornamos los ojos, y las intensas imágenes posteriores que se producen luego de mirar algo brillante. Nuestra imaginación puede evocar también clases similares de «imágenes» auditivas, e incluso imágenes táctiles, olfativas y gustativas, aunque estas son más difíciles de fijar y la sensación cualitativa asociada es por lo general más débil.

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Cuando pienso en un león, por ejemplo, parece haber un hálito de cualidad leonina en mi fenomenología: pensar en un león es sutilmente diferente de pensar en la torre Eiffel. En términos más evidentes, las actitudes cognitivas como el deseo suelen tener una intensa sensación fenoménica. El deseo parece ejercer un «tirón» fenomenológico, y la memoria suele tener un componente cualitativo, como en la experiencia de nostalgia o pesar.

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A veces sentimos que hay algo en la experiencia consciente que trasciende a todos estos elementos específicos: una especie de ruido de fondo, por ejemplo, que es de algún modo fundamental para la conciencia y que está allí incluso cuando otros componentes no lo están. Esta fenomenología del sí mismo es tan profunda e intangible que a veces parece ilusoria, que consiste nada más que en elementos específicos como los nombrados antes. Sin embargo, parece haber algo en la fenomenología del sí mismo, aún cuando sea muy difícil de determinar.

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Los aspectos fenoménico y psicológico de la mente tienen una larga historia de fusión. Es probable que René Descartes haya sido parcialmente responsable de esto. Con su notoria doctrina de que la mente es transparente para sí misma, se acercó a identificar lo mental con lo fenoménico. Descartes sostenía que todo suceso en la mente es una cogitatio, o un contenido de la experiencia. A esta clase asimilaba las voliciones, las intenciones y cualquier otro tipo de pensamiento.


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