domingo, 15 de julho de 2018

Weber

Trechos de Weber: Las Ciencias Sociales Ante La Modernidad (2015), de Erica Grossi.


Los contrastes sociales y económicos se hacen más evidentes, las antinomias entre diferentes sistemas de valores suscitan choques y transformaciones políticas que el hombre y el estudioso Weber interpreta como señales superficiales del terremoto de la época que se está preparando en lo más profundo de su tiempo. En este sentido, como sucede con otras figuras clave del pensamiento y de la filosofía modernos igualmente sensibles a las señales subterráneas e invisibles de las crisis en curso -de Friedrlch Nietzsche a Jacob Burckhardt, hasta Aby Warburg-, también Weber puede asociarse con la definición de «sismógrafo» de las transformaciones violentas de la modernidad. En su posición de observadores y eruditos coherentes con los movimientos histórico-sociales y culturales del tiempo presente, es decir, todos expuestos a las variaciones del equilibrio entre las diferentes secciones del terreno cultural en el que se apoyan, perciben antes y con mayor intensidad las señales de lo que empieza a moverse bajo la superficie. La definición de «sismógrafo» aplicada a estos estudiosos trata, por tanto, de describir una condición epistemológica y biográfica por la que el propio cuerpo del observador se vuelve instrumento de reverberación de las crecientes sacudidas de un terremoto histórico.

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En las conciencias de estos lúcidos observadores-visionarios, dichas vibraciones que se van aproximando a la superficie de lo real se manifiestan bajo la forma de verdaderas crisis nerviosas, neurosis que marcan su existencia de la misma manera que la punta de los sismógrafos dibuja sobre el papel la marca gráfica irrefutable de la catástrofe ya en marcha. Existencialista y defensor del uso de la imaginación en el método de las ciencias histérico-sociales, pues, Max Weber también se ajusta a esta definición, que se manifestará en la crisis nerviosa que sufre en el otoño de 1897. Solo un año antes se había trasladado a la Universidad de Heidelberg, pero la enfermedad lo obliga a suspender el trabajo académico. Hasta aproximadamente 1901 padece un estado agudo de agotamiento que lo obliga a permanecer sentado durante días enteros con la mirada fija en el vacío a través de la ventana de casa.

[...] aun viviendo en la época aparentemente pacífica y prometedora de la Alemania imperial e industrial de finales del siglo XIX, Weber se ve arrollado por la perturbación de la angustia y de las tensiones que suscita el avance a un ritmo incontrolado de la modernidad sobre la falla geológica del siglo XX europeo. En estas pocas conciencias aisladas ya se siente la crisis existencial de la condición histórica moderna; el «malestar en la cultura» que en Freud se convierte en enfermedad del siglo XX.

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La neurosis de Weber, a caballo entre los dos siglos, al igual que la de Warburg cuando estalló la Primera Guerra Mundial, es la propagación en su conciencia crítica de las violentas transformaciones que la radicalización de la modernización social dicta a cada aspecto de la realidad.

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A la vanguardia desde el principio en lo tocante a la reconstrucción de la Europa de posguerra, trabaja sin tregua en la redefinición de Alemania y de la asamblea europea de Estados nacionales en la permanente «ebullición de contrastes, no solo económicos o de clase, sino de temperamento y de ideas [...]».

Como se manifestaron a nivel psíquico personal, un nihilismo subterráneo y una conciencia trágica del peligro para la historia de la humanidad y del Occidente moderno vibran en la superficie de su compromiso intelectual en los años de la consulta para la firma del armisticio de Versalles (1919), sin que ninguna resolución logre reconfortarlo. Acostumbrado a la manifestación de la neurosis cultural moderna, «prevé, de hecho, resueltos los contrastes económicos, otros conflictos de poder y de prerrogativas» como intrínseco «destino de la razón».

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De la guerra moderna a la modernidad como conflicto

Cuando en 1914 estalla la guerra -hito histórico para Europa y para el mundo occidental implicado en el primer conflicto global e «imperialista»-, Weber ya ha publicado la mayor parte de sus principales obras metodológicas y teóricas. En ellas, como hemos dicho, el Weber observador intentó alertar a su época de la tendencia a la que parecía estar destinada la razón en sus radicalizaciones técnicas y burocráticas.

Pese al período aparentemente pacífico de la historia europea entre 1815 y 1914, los rasgos emblemáticos del progresivo «desencantamiento del mundo» descritos por Weber se han convertido en condiciones estructurales de la conflagración mundial: por un lado, el declive del liberalismo y la aparición de un estado de potencia, y por otro, la amenaza a las libertades del individuo debida a la burocratización de la sociedad moderna.

Durante la guerra, Weber no tarda en pasar de posiciones de apoyo a la legitimidad política y económica de la beligerancia alemana a las de duro enfrentamiento con compañeros y corrientes de pensamiento que apoyan y defienden ideológicamente esa beligerancia. Teórico de una ciencia empírica de los fenómenos de la realidad analizados en los distintos factores sociales, económicos, políticos y religiosos, Weber acaba convirtiéndose en un defensor crítico de la guerra. Tras abandonar el partido conservador se aleja también del movimiento pangermánico que, en los años de la guerra, predica el odio racial y la violencia nacionalista.

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En 1915, mientras tanto, lo vuelven a llamar a filas para prestar servicio como director responsable de un grupo de hospitales militares en la región de Heidelberg. Ese mismo año, publica también la primera parte -Introducción, Confucianismo y Taoísmo- de La Ética Económica de las Religiones Universales, un trabajo titánico que estudia la sociología de las religiones extendida también a culturas no europeas, al que añadirá Hinduismo y Budismo y Judaísmo Antiguo (publicada entre 1916 y 1917).

Son estos años los más difíciles para la acción social y política del hombre y del intelectual Weber, llamado a los salones de la diplomacia europea para contribuir a las decisiones estratégicas relativas a la catástrofe de la guerra que está teniendo lugar. Ocupado en misiones oficiosas entre Bruselas, Viena y Budapest, vive una vez más la frustración teórica entre convicción y responsabilidad de la acción: por un lado, la certeza de la legitimidad de los «objetivos» de la política de potencia de la Alemania beligerante y, por el otro, la oposición a todo «medio» de ejecución de la guerra. Su ferviente producción propagandística en el Frankfurter Zeitung es, en este complicado momento, la prueba de fuego de la contradicción personal y científica vivida en su experiencia diplomática. Esta tensión se condensa en las restricciones efectivas de una acción política que solucione la catástrofe y cuyas consecuencias sean positivas para distintas colectividades, políticamente enfrentadas y, lo más importante, económicamente desiguales. Contrario siempre a la dilatación del conflicto y crítico con las fracasadas instituciones autoritario-burocráticas y feudales del régimen prusiano, publica entre 1917 y 1918 los ensayos más duros contra la política posbismarckiana, cuyas estrategias considera nefastas para el presente democrático y parlamentario de Alemania.

De Parlamento y Gobierno a La Nueva Alemania, la reflexión de Weber acerca de la formación de los sistemas políticos modernos, acerca de las prácticas estatales de monopolio de la fuerza y de la renovación de la administración democrática del Estado se sistematiza basándose en la tragedia de la guerra mundial y de la posterior crisis de las instituciones ante la reconstrucción.

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Entre noviembre de 1918, después de la capitulación de Alemania, y otoño de 1919, como delegado alemán en Versalles, Weber siente una frustración cada vez más radical frente a la acción política científicamente orientada. La dicotomía entre las lógicas «instrumentales» defendidas por los artículos punitivos contra la «responsabilidad» de guerra de Alemania y las «morales», en concreto del espíritu de «venganza» de los vencedores contra los vencidos y viceversa, tiene el límite manifiesto del vacío en el plano de los resultados. Solo una acción «razonable» capaz de negociar entre los medios convenientes -aunque agresivos, «es preciso mancharse las manos»- y los fines responsables puede reportarle al político de profesión que se dedique con verdadera pasión el resultado más ampliamente válido, eficaz y «justo» para las contingencias vigentes. Con este espíritu, en el último año políticamente comprometido de su vida de estudioso, Weber participa en la fundación del Partido Democrático Alemán junto a su hermano Alfred y otros amigos, con los que muy pronto entra en conflicto debido a la orientación socialista adoptada por la organización.

Su vida termina tan solo unos meses después de su nombramiento como consejero de la comisión para la redacción de la Constitución de la recién nacida República de Weimar.

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Enfermo de neumonía, más conocida como la epidemia posbélica de la fiebre española, Max Weber muere en junio de 1920 a la edad de cincuenta y seis años, dejando incompleta Economía y Sociedad (póstuma, 1922).

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En sus últimos años de vida, entregados a la ciencia, Weber asimismo les dedica a estas expresiones de la vocación profesional -la del científico y la del político- las reflexiones más vinculantes sobre la actualidad del mundo lacerado por la Primera Guerra Mundial.


Mais:
http://faustianeurope.wordpress.com/2007/07/24/oswald-spengler-and-faustian-culture
http://www.bonaventura.blog/2014/arnold-zweig-der-streit-um-den-sergeanten-grischa
http://www.bonaventura.blog/2014/arnold-zweig-die-feuerpause