domingo, 22 de julho de 2018

Nesta grande época

Trechos de artigos de Karl Kraus - da coletânea Nesta Grande Época.


Exposición De Guerra ["Kriegsausstellung", en Die Fackel, agosto de 1916]:

En el pabellón de la exposición de arte del Cuartel de Prensa de Guerra, el Presidente del Cuartel de Prensa de Guerra y Director del Archivo de Guerra, Mariscal de Campo Maximilian Ritter von Hoen, dio la bienvenida al Archiduque y se puso a su disposición para la visita de esa sección. En dicho pabellón se había dado cita una gran parte de los pintores y los artistas del cuartel de prensa de guerra, quienes se unieron a las personalidades que acompañaban al Archiduque en su ronda.

Gran interés despertó el concierto de la Orquesta de Prótesis, compuesta por 40 músicos con un solo brazo, que saben dominar de forma admirable sus instrumentos con brazos artificiales y que interpretan artísticamente las más difíciles piezas de ejecución [juego de palabras entre künstlich ("artificial") y künstlerisch ("artístico")]. Por la noche, la iluminación del "Karst" [Pequeño espejo de agua que brota en suelo rocoso, exótico como paisaje y útil como manantial de agua. Aquí se refiere Puntualmente al "Karst" de Viena.] y del campo de batalla mediante enormes faros eléctricos fue descomunalmente efectiva. Impetuosa aceptación encontró el "Periódico del soldado tirolés", que poco más o menos era impreso ante los ojos del público de la exposición en la imprenta que se encuentra en el fortín de dicho diario.

¡Y yo fui invitado a la "apertura" de esto! Es decir, la "redacción de La Antorcha". Pero no existe tal redacción: sólo asume esa función para devolver invitaciones, para que al menos el intento por invitarme tenga que pagar el franqueo. ¡La guerra en exposición! Yo visitaría una exposición de paz en la que no hubiera para ver más que los ganadores de la guerra ahorcados, los héroes de la guerra del dinero que, cuando la patria llamó, hayan entendido: ¡ahora hay que escarbar juntos! ¿O acaso no hay más entradas para algo así porque los expositores las tienen todas? Yo no voy de ninguna manera a una exposición de guerra en la que ellos son expositores. ¿Que poco más o menos ante mis ojos sea impreso el Periódico del soldado tirolés? ¿Debería tener que reconocer la parasitosidad de Viena bajo la iluminación del "Karst", bajo la luz de los enormes faros? Debería observar la horrorosísima exhibición de una "orquesta de prótesis" (¿qué otra atracción principal puede todavía imaginar la antihumanidad?) y, en contraste violento con esto, la reunión de aquellos otros artistas que se habrían vuelto malos pintores aun cuando hubieran venido al mundo sin brazos. ¡Qué inexpresable es todo esto cuando uno tan sólo se imagina que pudo ser exhibido! Pero una abolición de la guerra ¿no seduce todavía más a la humanidad? Yo aceptaría la invitación.

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La Aventura Tecno-Romántica ["Das Technoromantische Abenteuer", en Die Fackel, mayo de 1918]:

Yo, por mi parte, desde el comienzo de esta acción fui del parecer de que la caída de cabeza de la dignidad humana tiene su causa en un bacilo cerebral, del que tan sólo la ciencia -también a merced de él- hasta ahora ha sido incapaz de encontrar la pista. La impresión de que toda la comunidad, partícipe activo o pasivo del sacrificio, está integrada por moradores de manicomios específicos se debe no tanto a la velocidad de su determinación para revolcarse en la deshonra y la culpa, una velocidad que aumenta a diario, sino a la total insensibilidad ante a los contrastes espirituales y éticos entre los que se desarrolla este drama espeluznante. Se creería que ante lo sistemático de una providencia que a cada hora hace padecer a los justos la muerte por fuego, agua, tierra o aire, mientras un hombre bañado por el sol de la Engadina lleva sobre su traje de bufón la inscripción "The Tank" para identificarse como miembro de la tripulación de un trineo [Engadina es un valle alpino situado al este de Suiza]; que ante las contradicciones que se ven o se oyen constantemente, la conciencia de la vileza del emprendimiento todo debería llevar a que el universo rompa en un grito. Pero más aún que por lo evidente de una clasificación injusta en virtud de la cual existen la protección ante la muerte y la salvación del martirio, y en virtud de la cual se prostituyen las mismas Erinias que esa humanidad lleva prendidas a sus talones, es por otra instancia que se completa todavía más la imagen de una era de cerebro carcomido: la situación de un tiempo que sufre la competencia entre los más heterogéneos caracteres de época que se cruzan en él, pero ya no lo percibe. El fenómeno, al que veo operar en dirección hacia un victorioso hundimiento, es el de la "simultaneidad". Es la inmediatez de conectar un juego de formas medievales con una invención moderna mediante la cual de golpe se hace posible el envenenamiento de un frente de batalla y de extensas regiones por detrás suyo; es el empleo de una heráldica deslucida en la consumación de acciones en las que la química y la fisiología han combatido hombro con hombro: eso es lo que arrasará con las criaturas vivientes más rápido aún que el propio veneno. Cuando el llamamiento de la Cruz Roja en Ginebra se pregunta:

¿Debe la victoria convertirse en ultraje y vergüenza pues ya no será de agradecer a la valentía y la lucha honrosa de los hijos de la patria? El saludo a los combatientes que regresan, ¿ya no es más para esos héroes que sin vacilación jugaron su vida por la patria en las trincheras, sino tan sólo para el hombre que sin peligro personal alguno se deshizo de sus enemigos por medio del veneno y entre los más tremendos sufrimientos de sus víctimas?

Está muy cerca de decir que lo especial del dios alemán es que viene no sólo de una nube de gas, sino también de una máquina; que también en la contingencia de una mina, una bomba aérea o un torpedo, y en general en las acciones dirigidas contra la mera cantidad o el enemigo invisible, la valentía y la lucha honrosa no tienen parte alguna ni en quienes las realizan ni en quienes las esperan; que la falta de valentía de la parte actuante se corresponde con la abundancia de mártires entre los que están a la espera; que las trincheras recién mencionadas, en las que se jugó la vida por la patria, pertenece a esos recursos bélicos que hoy muy raramente llegan a emplearse, y para rematar, que en esta guerra por lo general no se ha desenvainado la espada desde aquella histórica sesión del Reichstag del 4 de agosto de 1914.

Además, y dicho sea de paso, si esa ideología inmortal y fundada en conceptos heroicos aún no fuese ya problemática en vista de los métodos modernos, podría eventualmente ella misma ponerse a pensar si la guerra era antes lo bastante bella como para formar el corazón de generaciones enteras; si renunciando con audacia a los avances de la técnica, es justamente la confrontación de fuerzas musculares la más noble actividad humana; y si el todavía una y otra vez ejercitado combate honroso de los hijos del país, basado en que un hijo del país acuchille al otro en las costillas o en bajar el pulgar haciendo recatadamente la vista gorda, ha brindado el más digno basamento a una educación de siglos en pos de los ideales patrióticos. Por lo menos seguiría siendo un deber moral el inculcar a los niños que la pelea cuerpo a cuerpo supone un grado de honra superior al asesinato alevoso, y más todavía respecto de aquel cuyo anónimo instigador encuentra a su víctima en la cantidad anónima.

Pero en lo que a los gases respecta, la distancia conceptual entre el instrumento y la gloria con él relacionada es por supuesto la mayor y más horrible; y eso que la Cruz Roja siente, lamentablemente tan en vano, ha sido repetidamente dicho por mí hasta manifestar por último la posibilidad de expulsar del gremio de las fuerzas armadas al ejército que utilice gases venenosos, en razón de un comportamiento ante el enemigo que según el antiguo concepto de la honra militar es todo lo opuesto al coraje. Al fin y al cabo, todo este abominable contraste está definitivamente acoplado al juego de palabras de una ofensiva rica en cloro. Un mal chiste podría ordenar ese caos, pero además se atenuarían todos los horrores si en vez de probar la eficacia de la química de cada bando sobre el cuerpo de cientos de miles de legos, se aplicara la idea de demostrarla mediante una confrontación científica entre los laboratorios.

Desde que se ha ligado con la técnica, el valor olvidó que la cantidad tiene al menos el límite de la locura, y que alguna vez será alcanzado el punto en que el predominio de las fuerzas no militares resulte tan palmario que lo más pertinente sea traspasarles la disputa de esos certámenes, de modo tal que excluya el fomento simultáneo de los intereses del poder estatal, o sea la aniquilación de la vida humana. Pues si se puede transmitir a través de distancias como de Berlín a Viena la voz humana, y por tanto también la de mando, ¿por qué no le sería posible a la técnica, que hace de la maravilla de hoy la comodidad de mañana, inventar un aparato por el cual algún inútil para el servicio militar valiéndose de un botón, conmutador o palanca, desde su escritorio en Berlín, haga saltar Londres por los aires, y viceversa? Cuando la esperanza en el éxito de un ataque con gas es patriotismo y el horror ante ello es alta traición (por lo cual yo, por ejemplo, soy uno de los más grandes reos de alta traición de todos los tiempos y batallas), esa patraña mortal -sin la cual al mismo tiempo la humanidad cae en el ridículo sólo puede ser zanjada proponiendo la evaluación teórica de los inventos de cada bando, y en vez de a los generales, designar de nuevo a los técnicos como doctores honoris causa (si por mi fuese, como los de filosofía). La disparidad entre la acción y la ideología que lleva a la rastra: sólo de ahí viene la espantosa nube de gas en la que gloriosamente nos asfixiamos.

Una vestimenta colorida y el deber de llevarse la mano a la frente al avistar un superior, y todo lo con ello relacionado y que se exige incluso ante la muerte, pueden ser excelentes costumbres e instituciones: sólo que lo que éstas pueden lograr precisamente con el moderno modo de morir, y hasta qué punto lo estimulan o lo impiden... ¡justo eso es imposible de inventar! A ese caos total de conceptos, deberes, sufrimientos, exigencias, en que una vida tampoco antes libre de pesares se ha hundido de cabeza, aquí le ha brotado una realidad como símbolo. ¿Quién que contemple siquiera de lejos a los pasajeros de un tranvía en Viena podría tener aún esperanza? Ese montón de mugre y miseria en medio del cual el material humano está enmarañado de tal modo que apenas se puede distinguir cada miembro: uno sostiene firme esta imagen y se pregunta si aquí queda lugar para la "disciplina", y acaso para un "servicio de control" que establezca si aquella fue transgredida porque reservistas, viejos reservistas, "no se ponen de pie ante oficiales que viajan con ellos o no les ofrecen el asiento". Pues "los civiles que viajan con ellos tienen esto por una verdad evidente y se expresan también sobre ese comportamiento desafiante e indisciplinado de la tropa". Pero esto no lo ha inventado ningún Brueghel el Joven. El diablo mismo, cuando lo viera y oyera y estuviera ya ahí en el medio, aplastado, expuesto a todas las consecuencias del racionamiento de jabón, no oiría sin embargo otra cosa que el elocuente lamento de la humanidad, y además una pobre voz de mujer que le grita con insistencia: "¡Por favor, adelante! ¿Alguien sin boleto? ¡Adelante, por favor."

Y la lluvia llueve cada día, y otra vez se agolpa un séquito proveniente del campamento de Wallenstein, y ahora empujan hacia adentro bolsas y mochilas, y... no obstante hay lugar para la idea que nos domina a todos, pues en el inescrutable designio humano hemos descubierto que la vida es mucho más bella con carestía, muerte y mierda. Pero, ¡alto!, si todavía hay lugar para la disciplina, también alcanza para el concepto de honor. A uno que no quería adelantarse aunque era un capitán la pobre voz le gritó que no tenía la menor educación, pues ella no sabía que era un capitán, porque él no estaba identificado como tal, sino vestido con ropa civil. A pesar de eso, la superioridad lo autorizó a presentar una queja. Ella le había gritado "¡adelante!", pero él gritó que no quería "abandonar su puesto". Por lo tanto, ella debería haberse dado cuenta de que la ropa civil era sólo una apariencia. En la audiencia judicial ella dijo que jamás le había ocurrido algo así, si bien estaba "acostumbrada a muchas cosas con la guerra en los tranvías" (queriendo decir la Guerra Mundial). Agitado, el capitán le preguntó si puesto que estaba de civil, lo había tomado por un desertor. Ella replicó que estaba muy lejos de tales pensamientos, porque "¿qué tiene que ver la guerra con los tranvías eléctricos?". El juez la condenó pues el civil era un militar. ¡Todo esto ocurre, mientras ocurre todo esto!

Durante una retirada, uno que tenía que ordenar le gritó desde el automóvil a uno que tenía que obedecer y tenía un ojal desabrochado: "¡Usted, ahí! ¡Arréglese el uniforme!" Y muchos que ya no podían escapar yacen en el fondo del Drina. En un hospital de Cracovia, con los que están postrados por el gas o un disparo en el vientre se hacen prácticas de saludo militar ni bien pueden ponerse en pie. ¡Un milagro tras otro! Son los viejos ornamentos para la nueva naturaleza de la muerte. Pero como ésta, recién salida de la retorta, todavía no pudo inventar ninguno nuevo, la autoridad no puede prescindir de los viejos ornamentos. ¡Pues no sólo debe haber dulce, sino también decorum! Sólo que el poder necesita de la nueva muerte para conservarse, sólo que el antiguo dominio no abdica de buena gana al deberle su posición a la química [juego de plabras entre abdanken ("abdicar") y verdanken ("deber")], sólo que las insignias ahora dependen de los productos químicos: he ahí lo que nuestra cultura triunfante ha consagrado sin remedio a la muerte por envenenamiento. La humanidad, que ha dilapidado su fantasía en inventos, ya no puede imaginarse la eficacia de los mismos: ¡de lo contrario, debería suicidarse con ellos en señal de arrepentimiento! Pero puesto que en sus inventos ha dilapidado también su dignidad, vive y muere por cualquier poder que se vale de tales progresos contra ella. Lo inimaginable de las cosas vividas a diario, la incompatibilidad entre el poder y los medios para imponerlo: esa es la situación; y como siempre sucede, la aventura tecno-romántica en la que nos hemos metido llevará la situación a un final.


Mais:
http://www.youtube.com/watch?v=rg-uGpBhs2g